El hombre que yo amo tiene algo de niño, la sonrisa ancha, tierna la mirada. Tiene la palabra de mil hombres juntos y es mi loco amante, sabio, inteligente. El hombre que yo amo no le teme a nada, pero cuando ama lo estremece todo.
Guerrero incansable en busca de aventuras, tiene manos fuertes, cálidas y puras.
El hombre que yo amo sabe que yo lo amo, y vuela siempre lejos, pero vuelve al nido, el hombre que yo amo sabe que yo lo amo. Yo lo quiero loco, pero loco mío
El hombre que yo amo está vivo en mi mente, es mi único ídolo entre tanto gente, él hace una fiesta con mi pelo suelto, Iadrón de mis sueños, duende de mi almohada.
Porque eres un cielo,
porque eres un cielo repleto de estrellas,
te haré entrega de mi corazón.
Porque eres un cielo.
Porque eres un cielo repleto de estrellas
y porque iluminas el camino.
No me importa, continúa, destrózame.
No me importa si lo haces,
porque en un cielo,
porque en un cielo repleto de estrellas,
creo que te veo, creo que te vi.
Porque eres un cielo
. Porque eres un cielo repleto de estrellas,
quiero morir en tus brazos, en tus brazos.
Porque cuanto más oscuro se vuelve todo,
tú brillas más.
Te voy a entregar mi corazón y no me importa
, adelante, destrózame.
No me importa si lo haces,
porque en un cielo,
porque en un cielo repleto de estrellas,
creo que te veo.
Porque eres un cielo.
Eres un cielo repleto de estrellas.
Como una vista celestial.
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.
Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia.
Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio,los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos.
Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias
Rayuela - Capítulo 68 [Capítulo de novela. Texto completo.] Julio Cortázar